Planificar creyendo que te duchas en 5 minutos
El post de hoy va para la Mari Minutillo que vive en ti: ¿Qué es lo más ridículo que te has exigido un lunes por la mañana?
Porque sí, todas hemos estado ahí. Te sientas el lunes a primera hora (o incluso el domingo por la tarde) con la mejor de las intenciones (y quizás con demasiado café en vena), y empiezas a planificar la semana como si tuvieras 48 horas al día. Te vienes arriba, llenas cada huequito y te montas la semana como si fueras a arreglar el mundo en cinco días.
Pero acabas el primer día y… (cero) sorpresa, no has llegado a todo. Es más, puede que sientas que no has llegado a nada.
Del optimismo de llegar a todo a la culpa de ho haber llegado a nada hay un paso muy corto.
Hoy quiero contarte por qué nos pasa esto, cómo dejar de exigirte cosas imposibles, y qué hacer para planificar con un poquito más de amabilidad.
El lunes imposible (o cómo montar una agenda que nunca vas a cumplir)
No sé qué tienen los lunes por la mañana, pero parece que vengan cargados de fantasía: empiezas con la agenda en la mano pensando que esta semana SÍ lo vas a hacer todo. Te vienes arriba: Esta vez va a ser distinto.
Pones mil cosas en la agenda, llenas huecos que ni existen, te exiges como si tuvieras la energía de Beyoncé en una gira mundial… spoiler: esta vez tampoco vas a llegar.
¿Por qué hacemos esto?
Porque somos súper optimistas con el tiempo. Pensamos que en una semana cabe más de lo que realmente cabe. Planificamos como si no hubiera imprevistos, como si las tareas fueran más rápidas, eficientes y fluidas de lo que son. Planificamos como si la “vida” no pasara.
¿El resultado?
Cuando no cumples con lo que te habías propuesto, entras en el ciclo de la culpa:
“No soy lo suficientemente organizada.”
“No me esfuerzo tanto como debería.”
“Me falta eficiencia.”
El problema no es tu esfuerzo, sino que las cuentas no te salen porque las horas son las que son.
La trampa del minutillo (y otras mentiras que te cuentas)
Vamos a hablar de la trampa del minutillo.
Ese momento en el que te dices:
“Me ducho en cinco minutos.”
“Hago esa llamada en un momentito.”
“Preparo la comida y en media hora vuelvo a currar.”
Pero no.
Una ducha no dura cinco minutos. (¿De verdad crees que a las 9:00 estás en la cama y a las 9:05 duchada, vestida y lista para salir? Si es así, me rindo a tus pies).
Y una llamada rara vez es sólo una llamada: que si no te contestan, que si tienes que dejar nota, que si después mandas un mail…
Subestimamos el tiempo de las cosas más básicas.
Y claro, cuando tu agenda está llena de minutillos, y cada minutillo se transforma en diez, todo acaba descuadrando.
Por eso, el primer paso es tomar conciencia de cuánto tardas realmente en hacer las cosas.
No te digo que te pongas a cronometrar todo como si fueras un robot, pero sí que mires el reloj alguna vez:
¿Cuánto dura tu ducha real?
¿Cuánto tardas en preparar la comida?
¿Cuánto tiempo te tomas para enviar un mail?
Es tan sencillo como mirar de reojo a qué hora has empezado, y a qué hora has terminado. Sólo con observar, empezarás a ajustar expectativas.
El pez que se muerde la cola (cuando no hay tiempo para vivir)
Por otro lado, si llenas tu agenda con trabajo y dejas fuera la vida real, te estás tendiendo una trampa a ti misma.
Si te exiges ducharte en cinco minutos, comer en quince, y quieres todo lo demás para llenar tu jornada de tareas…
¿Qué vida estás teniendo?
¿Para esto hemos emprendido? ¿Para vivir corriendo detrás del reloj?
Para mí, vivir corriendo no es vivir.
Cuando no te das el tiempo necesario para descansar, para comer bien, para parar, acabas más cansada y rindiendo peor. Y ahí empieza el círculo vicioso:
No terminas lo que querías hacer.
Te frustras.
Te exiges (aún) más la semana siguiente.
Vuelves a planificar mal.
Vamos, un pez que se muerde la cola.
Por eso, tu vida necesita espacios reales en tu agenda: para ducharte con calma, comer sin mirar el reloj, descansar.
Y no, no es perder el tiempo: es equilibrar la energía para tener la vida que quieres.
No eres tú, es un negocio “mal” dimensionado
Chiqui, ahora viene la parte dura:
Si no llegas, quizás tu negocio no está dimensionado para ajustarse a ti.
Si tienes tres horas al día para trabajar, pero te exiges facturar como si tuvieras ocho, las cuentas no salen.
El tiempo es como el dinero, un recurso más. Imagina ir al mercado con cinco euros y con ellos querer comprar tres kilos de caviar. Por muy “organizados” que tengas los cinco euros… Mari, no va a pasar. No es cuestión de organizarte mejor, es cuestión de ajustar las expectativas con el tiempo que tienes disponible.
Quizás toca:
Subir precios
Delegar tareas
Redimensionar objetivos
Para tomar esas decisiones, primero necesitas saber cuánto tiempo tienes de verdad para trabajar. La información es poder, y sólo desde ahí puedes tomar decisiones que te permitan trabajar sin agotarte.
Es un ejercicio de observación:
Mira tus horarios, tus ritmos, tu realidad.
Yo misma tengo que revisar esto cada cierto tiempo. No es fácil, pero es necesario.
Solo así podrás construir un negocio que encaje en tu vida, y no una vida que tenga que encajar a la fuerza en tu negocio.
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