Hazlo cutre, Mari: el antídoto al perfeccionismo

Hay días en los que emprender se parece más a apagar incendios que a construir algo.

Tienes la agenda llena, el cerebro saturado y, encima, esa tarea que lleva tres días mirándote desde la lista de pendientes con cara de “¿qué?”.

Sabes que deberías hacerla, que sería genial dejarla finiquitada antes de comer, que tu yo del futuro te lo agradecerá enormemente.

Pero nada. No hay manera.
Es un grano en el culo.
Y, sorpresa: todas tenemos unos cuantos.

El síndrome del “todo o nada”

A muchas nos pasa (y me incluyo fuertemente) que vivimos en el bucle del “si lo hago, lo hago bien”.

Esta frase, que suena tan responsable, es muchas veces una trampa para nosotras mismas.

Porque si no puedes hacerlo perfecto, no lo haces.
Y si no lo haces, la culpa aparece como una garrapata bien pegada.

Así, una simple tarea se transforma en una montaña cada vez más grande. Y acabas agotada solo de mirarla.

No es pereza, es perfeccionismo disfrazado de productividad (no muy amable).

Tres maneras de enfrentarte a ese grano en el culo

Cuando una tarea se convierte en ese grano mental que no te deja tranquila, aparecen tres posibles estrategias de supervivencia.

Posponer.
Pasas el marrón a tu yo del futuro y confías en que, milagrosamente, ella tendrá más energía, más tiempo y una iluminación divina.
Nota mental: no suele pasar. Tu yo del futuro tampoco tiene más ganas que tú.

Tirar de disciplina.
Te sientas, aprietas dientes y te obligas a hacerlo.
Funciona… a corto plazo.
Pero a la larga, te quedas sin energía, sin ganas y con una lista que nunca termina.

No hace falta que te conviertas en robot, Mari. Con humana basta.

Hacerlo de cualquier manera.
Mi favorita, aunque suene fatal.
Es el “hazlo cutre, pero hazlo”.
No esperes a que llegue la inspiración ni a que el día sea perfecto.
Ponte, aunque sea cinco minutos.
No se trata de hacerlo bien, sino de romper la inercia del bloqueo.

La solución punk: hacerlo con medio culo

En inglés lo llaman half-ass it. Es una expresión informal que viene a decir hacer algo sin esfuerzo, a medias o sin prestarle demasiada atención.
Vamos, lo que aquí llamaríamos “hacer una chapuza”, pero hacerlo así de forma consciente.

Y aunque no suene muy fino, tiene todo el sentido del mundo.
Es una forma de bajar el listón a propósito, de permitirte hacerlo regular para poder hacerlo.

  • Ese post del blog que reescribes por cuarta vez, súbelo, aunque no sea tu obra maestra.

  • Ese documento que querías “dejar bonito”, entrégalo, aunque esté feo.

  • Ese informe que ibas a hacer “cuando tuvieras una hora tranquila”, hazlo en esos veinte minutos antes de cerrar el ordenador, aunque esté imperfecto.

Porque hecho, aunque sea cutre, sigue siendo mil veces más útil que pendiente.
Y, a veces, “medio hecho” ya es un milagro.

El arte de lo suficiente

Hacerlo cutre no es hacerlo mal.
Es hacerlo posible.

Es rebelarte contra esa vocecita interior que te dice que si no brillas, no vales.

Cuando eliges hacerlo a medias, estás eligiendo avanzar.
Y eso, Mari, ya es cuidarte más que exigirte.

Además, pasa algo curioso: cuando quitas el peso de la perfección, recuperas el disfrute.
Te entra curiosidad, ligereza, incluso un poco de buen humor.
Y entonces, sin darte cuenta, lo cutre deja de ser tan cutre.

Autoexigencia, esa amiga pesada

La autoexigencia no descansa ni cuando tú lo intentas.
Te susurra que si aflojas un poco, tu negocio se hundirá.
Que si entregas algo “solo correcto”, nadie volverá a confiar en ti.

Pero la realidad es otra: la constancia gana siempre al perfeccionismo.
Tus clientas no buscan una Wonder Woman, sino una persona normal con sus días buenos y sus días regulinchi.

Y, muchas veces, somos nosotras las que nos montamos la película.
Pensamos que estamos entregando algo a medio hacer, cuando en realidad para quien lo recibe es más que suficiente.
Nos ponemos el listón tan alto que a veces acabamos dando el doble de lo que la otra persona necesita —y la mitad de lo que nosotras podemos sostener.

Y para eso, a veces hay que entregar cosas imperfectas, sí, pero entregarlas igual.
Cada tarea terminada (aunque sea con medio culo) es una victoria.


No hundirte por un 7 sobre 10.

No todo lo que haces requiere tu mejor versión.

Hay cosas que solo necesitan estar hechas: una factura, un email, una plantilla.

No todo tiene que parecer sacado de Pinterest. No cada día.

La productividad amable va justo de eso: de medir la energía, no solo el resultado.
De aceptar que hay semanas brillantes y otras de pura supervivencia.
Y que ambas valen.

No eres menos profesional por tener días flojos; eres humana.

Hazlo cutre, pero hazlo

Así que la próxima vez que te encuentres con un grano en el culo metafórico, no lo ignores ni te castigues.

Hazlo cutre.
Hazlo sin filtro, sin maquillaje, sin pretender añadirlo a tu portfolio.
Y luego ríete un poco, que para dramas ya está Hacienda.

Porque moverse un poco sigue siendo mejor que quedarse quieta.

Y si algo nos enseña la productividad amable, es que medio culo también cuenta como progreso.

(Si quieres recibir en tu correo este post y todos los que vendrán, suscríbete a la newsletter “El Rincón Olganizado”)

Siguiente
Siguiente

Cómo organizar la comunicación de tu negocio cuando no te queda ni un minuto libre